@jj_ballesteros
Aunque el declive institucional del Real Jaén haya dañado su estructura de unos meses a esta parte, hay una serie de profesionales que se empeñan en sacar adelante su trabajo día a día (de forma altruista desde hace cinco meses) con el objetivo de que el conjunto blanco reflote momentáneamente de la extenuante situación en la que se encuentra. Son los encargados de poner la mascarilla de oxígeno en los momentos más delicados: cuando falta detergente para lavar las equipaciones, cuando la gasolina del cortacésped está al límite o incluso cuando hay que ir a Linares a en representación del Real Jaén para mantener una reunión a tres bandas con el club rival y las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado. Dan la cara siempre.
Un trabajo que vislumbra el compromiso y la lealtad que guardan a un escudo por el que debieran percibir sus nóminas mensuales, pero que desde enero solo tienen la recompensa de socorrerlo para que no muera por inercia. Ellos son: el director deportivo del club, Ramón Tejada; el responsable de comunicación, prensa y protocolo, José Fernández; el secretario técnico, Rafael Ortega; el responsable de administración, Marta Espejo; la dependienta de la tienda oficial, Alicia Peñalver; el utilero, Francisco Martínez ‘Pipiolo’; y la encargada de la limpieza, María José Liébana. Estos siete miembros del Real Jaén se suman a la plantilla del primer equipo y técnicos de las diferentes categorías, que se convierten en testarudos operarios de un club que se apaga ante la mirada atónita y triste de la afición.
Su sentido de la responsabilidad trasciende, en numerosas ocasiones, a las tareas a las que están encomendados. Pero es que si no están ellos, no hay nadie para hacerlo. ¿Es justo que estos trabajadores hayan adquirido el rango de voluntarios a pesar de desarrollar sus tareas diariamente? ¿Cómo se recompensa tanto esfuerzo en saco roto? Y, lo más importante, si ellos hubieran desistido, ¿qué hubiera pasado con el Real Jaén?
El calendario advierte que se necesita mucha premura para que los pagos se hagan efectivos en todos los ámbitos del club y la normalización vuelva a planear por el entorno de La Victoria. Entre tanto, el culebrón (o filme de terror) parece no acabar. Y mientras que el reloj juega en la contra de la entidad deportiva blanca, el vacío de responsabilidad institucional se suple de forma pasajera por un grupo diligente de empleados que se visten de voluntarios desde el mes de enero y que necesitan respuesta seria. Esperemos que se cumplan sus perspectivas de forma inmediata.